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lunes, 31 de octubre de 2011

Encontrarse con Jesús, cambia tu vida.... ¡búscalo!


Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró  junto a él mucha gente. Él estaba a la orilla del mar. Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que, al verle cayó a sus pies, y le suplicaba con insistencia: <<mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva>>. Entonces Jesús se fue con él. Le seguía un gran gentío que lo oprimía. Había una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacia doce años, y que había sufrido mucho con numerosos médicos. Había gastado todos sus bienes sin encontrar alivio; al contrario, había ido  a peor. Sabedora de lo que se decía  de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Y es que pensaba: << si logro tocar aunque sólo sea  sus vestidos me salvaré>>. Inmediatamente se le detuvo la hemorragia y sintió en su cuerpo que quedaba sano del mal. Al instante Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y preguntó: << ¿quién me ha tocado los vestidos? >> Sus discípulos le contestaron: << ¿y preguntas quien te ha tocado? >> Pero el miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él  y le contó toda la verdad. Él le dijo: << hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz queda curada de tu enfermedad. >> (Marcos 5, 21-34)

"La mujer fue por sanación. y encontró al médico de las almas"
Jesús va de camino y se dirige a la casa de Jairo, jefe de la sinagoga. Su hija tiene problemas. Lo sigue a Jesús una gran muchedumbre de gentes. Le aprietan por todos los lados y el caminar se le hace difícil. Jesús no tiene guardaespaldas. Es uno de tantos entre los hombres. Camina perdido entre ellos, dejando a su paso bien y paz. Entre las gentes le sigue una mujer. Lleva enferma con una hemorragia doce años. Ha sufrido mucho. Ha gastado todo su dinero en consultar a muchos médicos. Nadie le ha cortado el flujo de sangre. Se ha cansado de ir de médico en médico; se ha cansado de seguir enferma en manos de la medicina. La mujer va de mal en peor.

Su situación es límite. Ha tocado techo. Ningún médico ha orado con ella su enfermedad. Ningún médico le ha dicho que suplique a Dios, señor de la vida, que la cure. Ningún médico ha acertado con su receta. La mujer no sabe ya qué hacer con su problema. No sabe convivir con su problema, porque la vida se le va en sangre. Ella misma se siente pura. Y quien la toque se manchará con su sangre y se volverá también impuro. Agotados todos sus dineros, quedándose pobre, débil, frágil, precisamente ahora, le viene una corazonada. Consulta a su corazón que le dice que, ante Dios, el débil es el más querido; el pobre es el más amado; El impotente es el que recibe ayuda. La mujer recuerda que Dios da la riqueza y la pobreza, la muerte y la vida. Y decide ir al encuentro de quien es la vida.

 Había oído hablar de Jesús. Le habían hablado contado algunos de sus signos. Le habían dicho que era bueno, compasivo, y que al que se le acercaba con fe siempre lo sanaba. En el corazón de la mujer surgió una chispa de esperanza. Sin darse cuenta, se sorprendió de que aquella chispita se hubiera convertido en una hoguera que la quemaba. Y tuvo que correr, tuvo la necesidad de ir en  busca de Jesús. Y allí estaba. Perdida entre las gentes. Callada, pero llena de fe y esperanza en su corazón. Ella había pensado para sí: “con solo tocar sus vestidos me curaré”  no necesitaba más. Ni siquiera decírselo. Ni llorar ante él su problema. No; con sólo tocar la orla de su manto quedaría libre del flujo de sangre. Esta era toda su aventura. Esta era su osadía. ¡Y en ello estaba!

La mujer se abrió camino entra la gente y llegó justo donde el maestro. Estaba detrás de Él. Ni  siquiera la vería, ni se daría cuenta. ¡Eran tantos los que lo estrujaban! Pero ella estaba convencida de que quedaría curada. Lo que los médicos no pudieron, lo podría Jesús. Los años (doce años) que gastó corriendo de médico en médico, ahora, en un instante, serían superados. Nadie se lo había dicho. Pero la certeza de su corazón era su mejor seguridad. Tímida y audaz; miedosa y decidida; sin razones pero con mucha fe, la mujer TOCÓ  el manto de Jesús. Y, en el acto, el flujo de sangre se secó. ¡Y no era impura! En el acto sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. ¡Era feliz!

Alguien sintió en su ser un escalofrió. Alguien se da cuenta que de Él había salido una energía, un poder. Alguien sintió que le habían tocado de una manera especial, tocado con amor; Tocado con fe; Tocado con hambre de salvación. Era Jesús. Y no se contiene. Esta vez busca al que lo tocó. Y exclama en voz alta: “¿Quién ha tocado mis vestidos?” los más cercanos se extrañan. Son sus discípulos. Casi con cierta ironía le dicen: “ves que la gente te estruja, ¿y dices que quién te ha tocado?” Otra vez los discípulos, hombres de su escuela, no han entendido. Jesús sabe que las masas son anónimas. Sabe que las masas no tienen personalidad y todo lo que hacen carece de originalidad, de autenticidad. Jesús sabe que las masas son llevadas y traídas, son manejadas como hojas de otoño. No, el hombre perdido en las masas pierde su identidad y nunca se define.

Jesús sabe también que quien lo ha tocado no iba llevado por las masas. Sabe que ha ido entre ellas pero libre, sabiendo lo que quería. Sabe que, entre las masas se ha abierto camino hasta llegar donde Jesús. Quien lo tocó deseaba tocarlo. Quien lo tocó no lo hizo con su mano sino con su corazón, con su dolor, con su problema. Y de pronto, Jesús había sentido el flujo de sangre en su sangre. Y de pronto había sentido un flujo de vida que brotaba de su sangre y que sanaba la sangre enferma de la mujer. Jesús sabía lo que decía. Y por eso buscaba a la mujer.

Mira a su derredor. No encuentra. Vuelve a mirar y sus ojos no se encuentran con los ojos de quién lo tocó. Escondida, oculta, como que nada había pasado, la mujer, “asustada y temblorosa, sabiendo lo que había ocurrido en ella, llegó, se postró ante él y le dijo toda la verdad” Así de sencillo. Así de maravilloso. Ahora la mujer ha dado un paso más hacia Jesús. Ahora la mujer lo reconoce como el enviado de Dios, el Mesías salvador, y se postra ante él. Ahora la mujer le dice toda la verdad de la gran fe y confianza que había en su corazón. La mujer se siente bien; Se siente libre. Le importa inmensamente más el haber encontrado a aquel de quien ella había oído hablar. Ahora sabe lo que Jesús es, por la experiencia que ella ha tenido de su amor. Ahora ella puede irse y testificar lo que ha visto, oído, tocado y palpado. No, no informará sobre Jesús, sino que será testiga viviente de su ternura y compasión.

Y lo de siempre: “hija, tu fe te ha salvado, vete en paz y queda curada de tu mal” Y la mujer se ha ido. En su corazón lleva chorreando ríos de paz. Y se dice: “Ahora  iré donde todos esos médicos que no acertaron a curar mi enfermedad y les diré que  hay alguien más fuerte que la medicina, más poderoso que los medicamentos, que sana, que cura. Les diré que vayan y experimenten, les diré que vayan, vean y experimenten. Les diré que su nombre es JESÚS: Dios - salva”

Jesús sigue el camino. Lo espera la hija de Jairo, muy enferma. A su lado camina Jairo con el corazón roto. Tan roto que se lo han deshecho al traerle la noticia de que la muchacha ha muerto. Y ahora es Jesús el que toca a Jairo: “cree, hombre, cree y verás cómo todo es posible” Perdido entre los hombres; Sudando entre los hombres, manchándose del polvo del camino entre los hombres…. Jesús sigue adelante.  No le importa que lo “estrujen”. Lo que a Jesús le importa es que << lo toquen >>; Que lo toquen con FE. Quien tiene fe, quien cree de corazón, es capaz de arrancar del corazón de Jesús raudales de de vida divina. Quien confía en Jesús, quien se abandona en sus manos, es capaz de hacer de los imposibles, posibles. Quien acepta a Jesús como el señor y el salvador de su vida, experimentará que la salvación de Dios entra a su casa. Con Jesús, amigo del hombre, hermano del que sufre, el camino se hace ligero al caminar. Con Jesús, la vida del hombre encuentra sentido.

  Jesús David Uribe Trujillo
Propedéutico - 2011

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